Los humanos solemos fijarnos en tonterías como las efemérides. ¿Qué ocurrió en tal fecha como hoy hace 50, 100, 1000 años? Quizás sí sea una tontería… o quizás no. ¿Y si no?
Yo tuve un profesor de Historia… bueno, tuve muchos aburridos profesores de Historia que me hablaban de fechas, de batallas, de nombres… pero, también, tuve uno que empezaba sus clases diciendo algo así como: “La Historia es el estudio del pasado, cuyas enseñanzas deberían mostrarnos el camino sobre cómo actuar en el futuro” (Vale, la frase no es exactamente la que decía él, pero… ¿qué quieres? ¡Mi memoria es mi memoria!)
El caso es que nos aproximamos inexorablemente a las Navidades de 2014, y yo no puedo evitar echar un vistazo a las de hace tan solo cien años, a las Navidades de 1914. Y si nos asomamos a esa época, es inevitable observar que Europa estaba sumergida en la Primera Guerra Mundial, “La Gran Guerra”.
¿Por qué?
Por…
…
…
¡Qué sé yo! ¿Por qué se produce una guerra? Intereses económicos, intereses territoriales, ansias de poder… ¡En fin! Por esas mil razones inevitables que los “ciudadanos de a pie” nunca podremos entender debido a nuestra terrible ignorancia sobre estos hechos. El caso es que las Navidades de 1914 pillaron a muchos de esos “ciudadanos de a pie” en las trincheras, con un rifle en la mano, un cigarrillo en la boca, releyendo las cartas de sus familiares… o quizás observando las fotos de sus novias mientras se preguntaban “¿Qué demonios hago yo aquí?»
La moral de los soldados durante esas fechas en las que deberían estar reunidos con la familia alrededor del fuego del hogar, rodeados de sonrisas y miradas tiernas de sus seres queridos, evidentemente, estaba por los suelos. Es por eso que el káiser Guillermo II de Alemania quiso elevar la moral de sus soldados, y por ello les otorgó doble ración de pan, alcohol, tabaco y salchichas. Además, envió miles de abetos y luces de Navidad.
La noche del 24 de diciembre de 1914, los hombres de la trinchera alemana, empapados del espíritu navideño, decoraron las trincheras con árboles y luces de Navidad y compartieron los víveres de los que disponían para celebrar la Nochebuena. En un momento dado, alguien empezó a cantar el villancico “Stille Nacht” (Noche de Paz). Por supuesto, sus compañeros le corearon en la canción, pero la sorpresa les llegó del otro lado de las trincheras, y es que los ingleses respondieron cantando el “Silent Night” (Noche de Paz).
A aquello siguieron saludos y felicitaciones de Navidad a uno y otro lado, y, finalmente, alguien se atrevió a salir de la trinchera con las manos en alto y con una bandera blanca. Tras unos momentos de tensión, con los rifles en alto y los dedos sobre los gatillos, alguien en la otra trinchera decidió imitarlo.
Y a continuación surgieron muchos otros, y se encontraron en tierra de nadie, y se intercambiaron regalos, wiski, tabaco, chocolate… y se enseñaron las fotografías, y hablaron sus familias, de sus ilusiones, de lo absurdo de aquella guerra… Se hicieron fotografías juntos e incluso se jugaron partidos de fútbol.
También, aprovecharon para recoger los cadáveres de los caídos y celebrar sentidos funerales en los que participaban soldados de ambos bandos. El ejemplo se extendió a lo largo de las trincheras. Y entonces, en los altos mandos cundió el pánico. “¿Pero qué mierda de guerra es esta? ¿Qué se han creído? ¡Esto no es serio!” – se decían unos generales a otros. Así que, decidieron acabar con aquello y ordenaron bombardeos en aquella tierra de nadie a lo largo de las trincheras.
Se detuvo a participantes de esas treguas, se les acusó de alta traición e incluso algunos fueron ejecutados. Pero no contentos con aquello, decidieron que no se debía permitir que algo así volviera a ocurrir jamás, así que ordenaron que esos bombardeos se repitieran siempre en las zonas de conflicto bélico en esas fechas señaladas.
Además, intentaron silenciar estos hechos. Se interceptaron y destruyeron algunas de las cartas que los soldados mandaban a sus familiares con relatos y fotografías, se secuestraron la mayoría de los periódicos que dieron la noticia sobre el suceso y se dijo que era un bulo; uno de esos sentimentaloides cuentos de Navidad que nunca jamás había ocurrido realmente.
Aunque no pudieron evitar que el Daily Mirror lo publicara en su portada días después. No pudieron evitar muchos de los testimonios de los que vivieron aquél maravilloso acontecimiento. No pudieron evitar que Richard Attenborough mencionara este hecho en su película “Oh What a Lovely War” en 1969. O que Christopher Carion decidiera dedicarle también su película “Joyeux Noel” en 2005. No pudieron evitar que Paul McCartney le dedicara su canción “Pipes of Peace” en 1983, o que The Farm le dedicara su “All together now” en 1990. No pudieron evitar que Ken Follet lo incluyera en su libro “La Caída de los Gigantes” en 2010 ni que sentimentaloides como yo, nos empeñemos en mirar cien años atrás, y se nos ocurra pensar en que aún hay esperanza para los humanos.
También, la cadena Sainsbury’s recuerda este año el suceso con un bonito anuncio de Navidad.
Así que, mientras otros en estas fechas se esforzarán en recordarnos lo horrible que resulta la Navidad, con su espíritu consumista, sus anuncios publicitarios sobre grandes centros comerciales, juguetes, perfumes, bebidas alcohólicas o lotería, yo espero poder recordaros con este rollo histórico, que hay otro tipo de espíritu navideño que puede llevarnos a hacer grandes cosas, y que palabras como “solidaridad”, “empatía” o “camaradería” no deberían quedarse tan solo en palabras.
Así que, tal y como aquel villancico de “Noche de Paz” en 1914 no se quedó sólo en palabras, espero que entendáis el verdadero significado de lo que quiero decir cuando os digo:
¡FELIZ NAVIDAD!
Autor: José Samper Giménez
• Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Alicante
• Oftalmólogo de la Clínica Oftalmológica Dr. Soler
• Oftalmólogo del Hospital General Universitario de Elche
• Colaborador en ONGD Anawim.
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