“Todas las generalizaciones son malas”, decía Alejandro Dumas, “aún lo que estoy afirmando ahora”.
Pero las generalizaciones son males necesarios para entender la marea de los tiempos, sus implicaciones e intuir el devenir de los acontecimientos.
Leer los libros sobre predicciones futurísticas escritas en el pasado suelen ser un viaje a través de una sucesión de desaciertos. A pesar de algunas esporádicas predicciones tecnológicas que se convirtieron en realidad, ninguno de estos libros acertó en los cambios sociales que acontecieron.
Aún libros que se han convertido en clásicos, como “El Mundo Feliz” de Huxley o “1984” de Orwell, erraron en el futuro de la humanidad. Algunos sostienen que gracias a estos libros la humanidad no cayó en los extremos apocalípticos que pronosticaban, afirmación que si bien no carece de lógica no me parece que se adecue a lo acontecido. Ni caímos en la estratificación pseudocientífica de Huxley ni en el triunfo global del Stalinismo, aunque algunos elementos de Gran Hermano imperan en el mundo del capitalismo. El panóptico de Jeremy Benthan (sistema desarrollado para ver a todos los reclusos de una penitenciaria al mismo tiempo) que propone Orwell en 1984, se adivina hoy día en la profusión de cámaras de vídeo que nos registran minuto a minuto.
¿Por qué cuesta tanto predecir el futuro? Porque nadie tiene idea del impacto real de la tecnología en el día a día. El telégrafo parecía destinado al olvido hasta que Samuel Morse lo utilizó para dar a conocer instantáneamente el resultado de unas elecciones en el Capitolio de Washington. Los políticos enseguida se percataron de sus ventajas. La misma IBM que desarrolló la personal computer no le prestó atención a la evolución de los ordenadores personales, porque no creía que fuera a existir una de ellas en cada hogar.
La mayor parte de nuestros congresos hoy día se dedican a debatir la utilización de la tecnología en la práctica diaria. A lo largo de estas décadas he asistido a largas sesiones con títulos tales como: “¿Cuál es el futuro de la facoemulsificación?” “¿Sirven los excimeros?” “¿Debemos tener un Femto?” “El porvenir de los lentes acomodativos, etc., etc., etc.”. Muchos de estos progresos realmente mejoraron el pronóstico de nuestros pacientes, otros se impusieron (o imponen) por presiones comerciales. Los Baby Boomers hace 20 años discutimos con nuestros mayores sobre si deberíamos o no implantar lentes intraoculares en nuestros pacientes. No hace falta contarles cómo terminó la película.
Hoy discutimos las ventajas del femto phaco. ¿Se impondrá el femto o solo es una forma de encarecimiento de una técnica exitosa, un refinamiento que le conviene a unos pocos?
Cada vez que tengo una duda sobre el valor de una técnica, una metodología o un cambio social, pienso en cómo puede esto beneficiar evolutivamente al hombre, cual es el sentido biológico del cambio y generalmente por allí, por este camino tortuoso, puedo encontrar un hilo conductor. Y para encontrar este hilo, en la próxima entrega les voy a contar la historia de los langures grises de la India.
Autor: Omar López Matos
• Médico oftalmólogo
• Investigador de la historia del arte.
• Director del Instituto de la Visión.
• Director de la editorial Olmo Ediciones.
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